El Papa Francisco nos lleva aún más lejos con la reflexión, nos habla de la paz del mundo y la Paz de Jesús.
LA PAZ DEL MUNDO
El mundo nos da la “paz interior”, nos ha enseñado a buscar la paz de nuestro corazón, el equilibrio y la armonía en nuestra vida. Sin embargo, Francisco nos dice que, entender la paz así nos aísla de los demás, nos mantiene en nosotros mismos y se vuelve una forma egoísta de relacionarnos: “yo estoy bien, estoy en paz”. En este sentido, la paz del mundo es una paz individualista que no parte desde el amor, sino en el tener momentos personales que nos proporcionan cierto estado de ánimo placentero pero pasajero, sin tener en cuenta a quienes nos rodean.
LA PAZ DE JESÚS
En cambio, la Paz de Jesús es la Paz de Dios: “es una paz que te pone en movimiento, no te aísla, te pone en movimiento, te hace ir hacia los demás, crea comunidad” (Francisco, 2020). La Paz de Jesús es un don de Dios, un regalo, que nos hace avanzar, que contagia a otros y nos hace caminar con esperanza en la construcción de una mejor comunidad, de una nueva sociedad, de un mundo más humano.
Es por lo anterior, que la Paz de Jesús es una paz que no deja en paz, pues debe construirse continuamente, es un “camino que hacemos juntos buscando siempre el bien común” (Francisco, 2019). Por ello en esta semana, retomamos una expresión de San Francisco Xavier, compañero de San Ignacio, “hacer pazes” (Papalucca S.J., 2015), es decir, no solo reflexionar sino también accionar para construir una cultura de paz en nuestros diferentes entornos.
En este sentido, la propia Espiritualidad Ignaciana “nos ayuda a vivir de manera libre, auténtica, trabajando como si todo dependiera de nosotros y con la confianza de que todo depende de Dios” (ENJUVI, 2013), recordándonos que la Paz, en sí misma, es un don, pero que debemos actuar para conseguirla. Por ello, proponemos 5 elementos/valores que componen una cultura de paz, para que sean una guía de cómo podemos trabajar para hacerla posible:
Compasión. “Uno de los sentimientos humanos más básicos es la compasión, es decir, padecer-con, hacer mío el sufrimiento del otro, ponerme en el lugar de él” (Ugalde S.J., 2015). En otros términos, para comenzar a movernos por la paz se necesita de empatía, ser compasivos y dejarse afectar sensible y sentimentalmente por la vulnerabilidad del prójimo, “amar al otro como a ti mismo” y actuar en consecuencia.
Justicia “La promoción de la justicia incluye, como un elemento necesario, la acción en favor de la paz” (Compañía de Jesús, 1986). En otras palabras, para promover la paz es indispensable ser conscientes y comprender cómo en la realidad se hacen presentes diferentes situaciones de injusticia que dañan a nuestro prójimo en su dignidad humana. Con la intención de reconocer la manera en que contribuimos a dichas situaciones, para asumir nuestra corresponsabilidad en la eliminación de éstas y promover relaciones de amor y de confianza entre todos.
Reconciliación. Consiste en establecer puentes a través del diálogo. Es decir, volver a tejer los lazos comunitarios que se han roto. Para concretar lo anterior, es necesario ser competentes en el cuidado de las personas al fomentar un diálogo desde el respeto y la comprensión, trabajando junto con otros en la solución de las diferencias, “superando lo que nos separa” y “preocupándonos unos por otros” (CG36, d.1, n.13) para facilitar la escucha y el diálogo incluyente.
Bien Común La paz se construye en comunidad e impulsados por el Espíritu. La paz no es un bien individual, personal e interior. En primer lugar, hay que reconocer que Dios habita en mí y en los demás. Por lo cual, para trabajar por la paz hay que estar comprometidos con el bien común, el bien de todos y todas. No es primero mi paz para después buscar la paz de los demás. Al hablar de comunidad hablamos de un bien donde todos y todas estamos incluidos. El compromiso es con toda la comunidad.
Esperanza. La Paz de Dios nos llena de esperanza, es una paz para ahora y para el futuro, por lo que hay que trabajar en ella para avanzar. Sin embargo, como ya se mencionó, es trabajar como si todo dependiera de nosotros, con la fe de que todo depende de Dios. La invitación es a ser contemplativos en la acción, es decir, contemplar y actuar de manera distinta: trabajar por la paz con esperanza y corazón el corazón abierto para reconocer que, el conseguirla, es un don/regalo que brota del amor de Dios.